domingo, 8 de agosto de 2010

El derecho de ser felices

En estos días hemos enfrentado una difícil controversia ciudadana, por un lado, y ante la aprobación de la ley de matrimonio civil en la hermana república de Argentina, grupos de minorías sexuales y organismos progresistas han hecho eco de eta nueva situación legal, exigiéndola también para nuestro país, esto se entiende en el contexto de que el país a avanzado en la aceptación de aquellas personas que han optado por amar de manera distinta al común tradicional. Por otro lado sectores más conservadores y una buena parte (no toda) de la iglesia católica se opone a esta realidad, con argumentos poco sostenibles, excluyentes y hasta matonezcos, sobre todo cuando se califica de aberración la transgresión de las ideas que ellos han defendido pero que para el mundo actual es insostenible.

Pero mi opinión de hoy no esta orientada a discutir los alcances de la realidad civil y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Quiero llevarlo a otro nivel a uno que se ha dejado de lado por ambas posiciones ideológicas pero que es el sustento más importante dentro de la identidad del ser humano, me refiero al derecho de ser felices. Cuando vi en la prensa la unión de nuestros compatriotas chilenos en Argentina, me llamo profundamente la atención su felicidad, estaban felices de poder demostrase mutuamente el amor que los mantuvo unidos tantos años. Estaban felices porque una sociedad los aceptaba y les otorgaba en la jurisprudencia la opción de ser libres en ese amor, y les protegía de cualquier idea fundamentalista que atentara contra ese amor o que les prohibiera expresarlo en plenitud. Estaban felices porque habían superado todas las barreras y aun así estaban juntos para disfrutar del momento.

Quien es la iglesia para impedir la felicidad, ante esto podría ser hereje y decir que ni Dios puede interponerse, y tengo la certeza de que nunca la hará, en la felicidad de sus hijos, esos hombres estaban felices y no existe una felicidad equivocada, no existe nada que pueda opacar su dicha. Cristo predico el amor, no especificó ni argumento la naturaleza para amar, simplemente abogo por un amor sincero, leal y recto, tal como lo profesaron los amigos de este caso que relato.

Si con el simple hecho de aprobar una ley de unión civil podemos llegar a ver a una persona feliz como ellos, creo que esa ley se justifica sola. ¿O seremos capaces de negársela solamente porque Dios o las leyes lo prohíben?, yo creo que si una ley puede lograr que personas sean felices con el simple acto de inscribir su amor y lograr la aceptación de la sociedad en la que viven, esa ley es necesaria y además útil, porque más que matrimonios infelices, más que tradiciones ajenas es necesario mantener hombres felices, y la gran responsabilidad del estado es asegurarse de que cualquier ciudadano pueda alcanzar la plenitud y la dicha personal.

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